martes, 26 de marzo de 2002

VIA CRUCIS 26 DE MARZO DE 2002. BARTOLOME J. MARTINEZ GARCIA

Proemio
“...ME ACERCO HASTA TI, CRISTO
DE LA NOCHE OSCURA.”

Míranos ante ti, Señor, reunidos en derredor tuyo un año más. Unos por primera vez, otros con la suficiencia que dan los años. Cuadrando nerviosamente las escuadras, buscando nuestro lugar en el cortejo…

Te damos gracias por habernos congregado de nuevo, permitiéndonos continuar con aquel espíritu de nuestros fundadores que pretendían que  llegaras a todos los confines de nuestra ciudad, para que ella se llenara de ti.

Purifica, Señor, nuestros corazones y haznos dignos de este servicio. Que nuestra oración y nuestro sacrificio sean agradables a tus ojos.

Hermanos:
En cumplimiento de nuestras reglas nos preparamos para dar testimonio de Cristo, llevando su imagen por nuestras calles. Confiemos en que este ejercicio de piedad y devoción pueda servirnos para acercarnos un poco más a Jesús y a su misterio de salvación. 

Que al igual que ahora acompañamos la Imagen de nuestro Divino Titular, Él nos acompañe a todos y a cada uno de nosotros hasta el último día de nuestra vida. 

Así sea. 


Primera Estación
JESÚS EN EL HUERTO DE LOS OLIVOS (Mt. 26, 36-46)

V/      Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/      Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

 Venías, Señor, de instituir la Alianza nueva, el Sacramento del Amor que nos asegura tu presencia entre nosotros: “Este es mi cuerpo... Esta es mi sangre... Haced esto en memoria mía”, habías anunciado a tus discípulos en medio de un ambiente lleno de emotividad en que pediste al Padre que te glorificase.

De ahí, sin solución de continuidad, pasas a la oscuridad y la quietud de Getsemaní. Buscaste un lugar que te era conocido, donde habías orado otras veces (Jn. 18, 2) y allí, entre los íntimos, te ganó la tristeza. “Triste está mi alma hasta la muerte”, le confiaste a los tuyos. (Mc. 14, 34)”

Sentiste miedo, Señor, humanísimo miedo. De ese que a todos nos ha atenazado alguna vez, hasta hacernos insufrible el porvenir. De ahí tu súplica: “Padre, todo te es posible; aleja de mí este cáliz..” (Mc. 14, 36). Acaso nunca te encontraste más cerca de nosotros que durante estos momentos de tribulación. 

Ciertamente la escena liminar de tu Pasión rompe nuestros esquemas. No es esa la imagen de Dios a la que estamos acostumbrados. Más bien lo asociamos con palabras que están en las antípodas de este momento (majestad, omnipotencia,...) Pero Tú, Jesús, en el comienzo de esa noche oscura, nos enseñaste que el miedo no es algo que deba avergonzarnos, que sólo los insensatos o los locos son inmunes a él.

Miedo por los hijos, por los padres, por lo que pasará o por lo que puede pasar. Temor a que las circunstancias den un vuelco que no podamos controlar. Pavor a perder nuestras seguridades...

Si Tú, Señor, padeciste miedo, nada puede haber en él de innoble. Mas con tu agonía en el huerto de los olivos nos dejaste también otras enseñanzas:

En un instante de aflicción buscas la ayuda de los demás: “Quedaos aquí y velad conmigo” (Mt. 26, 36) les dices a Pedro y a los hijos del Zebedeo. He aquí un nuevo mensaje ante la tentación que  todos hemos sentido a veces de envolvernos en nuestro dolor, cerrándole la puerta a los demás. Tú, Señor, imploras ayuda y nos muestras con ello que el ser humano no fue creado para estar solo y que no debe comportarse como si su vida únicamente a él le incumbiera.

En mitad de tu dolor, Señor, aceptas de antemano la voluntad del Padre:  “no se haga mi voluntad sino la tuya”. Aún entre las densas tinieblas que afligieron tu alma, sacaste fuerzas para asumir la misión para la que habías venido al mundo.
“Y el cáliz, de amargura necesaria,
fue llevado a la boca, fue bebido.
La boca, todo el cuerpo,
el alma del más puro
aceptaron el mal sin resistencia.”
(“Viernes Santo” Jorge Guillén)

Cristo de la Noche Oscura, danos fuerza para que, ante las tribulaciones de cada día, tengamos siempre presente tu ejemplo.

V/      Señor,  pequé.
         R/      Tened piedad y misericordia de mí.

         PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO...        

Segunda Estación
JESÚS ES TRAICIONADO POR JUDAS Y ARRESTADO
 (Mt. 26, 47-56)

V/      Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
         R/      Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

“Al instante llegó y se le acercó, diciendo: Rabí y le besó. Ellos le echaron mano y se apoderaron de él” (Mc. 14, 45-46).  Es el colmo de la ironía. Te viste entregado, Señor, por medio de un símbolo de afecto, un beso. Tú mismo se lo hiciste notar al traidor: “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?” (Lc. 22, 48).

En toda tu Pasión el porqué de la actitud de Judas no queda claro. Avaricia, celos de tu triunfal entrada en Jerusalén, arribismo, desilusión al no ver en ti el Mesías terrenal que anhelaba...  Acaso, un poco de esto y de aquello, qué más da. Poco importa lo que le sirvió a Judas para procurarse una autojustificación.

Tampoco a nosotros nos resulta difícil encontrar razones para justificar nuestras decisiones. Tanto menos difícil será cuanto más dormida tengamos la conciencia. Podemos hacerlas pasar, sino por buenas por aceptables para unos pocos, o para la mayoría, sólo dependerá de nuestra capacidad de convicción. Pero el truco no vale contigo, Señor. Tú también, como en aquella hora, puedes salirnos al paso diciéndonos: ¿De esta forma me entregas? ¿Así te olvidas de mis enseñanzas? ¿Esa es la idea que tú tienes de ser cristiano?

Claro que, como Judas, nosotros podemos diluirnos entre la turba y hacer como que la cosa no va con nosotros. Podemos incluso olvidarnos de ti. Esa es nuestra decisión, para algo el Padre nos creó libres. Pero Tú también eras libre. El Evangelio de San Juan nos lo recuerda (18. 5-6). Tus captores retroceden y caen en tierra cuando les respondes que eres el que vienen a buscar, nada te hubiera impedido frustrar el prendimiento.  A ti tan sólo te preocupa en ese trance la seguridad de los que contigo están: “Si me buscáis a mí, dejad marcharse a éstos” (Jn. 18, 8). 

Asumes tu misión  y te niegas a que por tu libertad se derrame sangre, mostrándonos que no es lícito hacer el mal aun cuando la razón de fondo esté de nuestro lado.

Todavía hoy, dos milenios después de aquellos días, nos cuesta comprender esa extrema mansedumbre tuya, ese abandonarte a los designios del Padre poniéndote en manos de tus enemigos, no por derrotismo, sino por amor hacia el género humano.

En estos dos mil años tampoco los hombres hemos cambiado mucho. En circunstancias parecidas los más corremos a ponernos a resguardo, olvidando fidelidades y ganando tierra de por medio, dejando desamparados a los hermanos –nuevos cristos objeto de injusticias- que tenemos a nuestro lado.

Ante esto, Señor, podemos rogar con el poeta:
“Y tú, Rey de las Bondades,
que mueres por tu bondad,
muéstrame con claridad
la Verdad de las verdades,
que es sobre toda verdad.”
(“Ante el Cristo de la Buena Muerte” J. M. Pemán)

Cristo de la Noche Oscura, haznos dignos de seguir tu camino de entrega y de amor por los demás.

V/      Señor,  pequé.
R/      Tened piedad y misericordia de mí.

         PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO...        
 

Tercera Estación
JESÚS ES CONDENADO POR EL SANEDRÍN
(Mt. 26, 57-68)

V/      Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/      Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

A veces denominamos justicia a lo que no es más que un burdo esperpento. Este fue el caso, Señor, de tu condena por el Sanedrín. La sentencia ya había sido pronunciada tiempo atrás, por boca del propio Caifás. Ante la algarabía montada tras la resurrección de Lázaro, la tuya era una condena anunciada a falta de ponerle fecha. El Sumo Sacerdote lo afirmó de manera categórica: “¿no comprendéis que conviene que muera un hombre por todo el pueblo y no que perezca todo el pueblo?”  (Jn. 11.50).

Y el pobre y sufrido pueblo de convidado de piedra; siempre aludido como justificación de todo y casi siempre manejado. En verdad poco tenías Tú, Señor, de peligroso para pueblo alguno. En tus palabras había mesura, comprensión, discernimiento, pero sobre todo amor. Ese es el mensaje que ha cautivado a generaciones y fue también la causa que determinó la alianza contra ti, una alianza de conveniencia entre los que tenían mucho que perder si tu doctrina encontraba eco entre las gentes.

Ante el Sanedrín compareciste sólo, sin que nadie hablara en tu favor. No te encaraste con tus jueces, mas no cejaste de demostrarles tu dignidad y las incoherencias en las que caían. Nos enseñaste, Señor, a mantenernos dignos en toda ocasión, sin importarnos la fuerza con la que carguen contra nosotros. Nos diste una muestra de cómo hemos de comportarnos, incluso con quienes nos quieren mal. Aunque la primera lección que hemos de sacar del pasaje de tu condena por el Sanedrín es la de la coherencia: Fueron tus propias palabras las que te abrieron el camino de la cruz.

Viendo que no encontraban testimonios mínimamente presentables con los que condenarte, Caifás, contra lo que debía, te interpeló directamente: “Te conjuro por Dios vivo a que me digas si eres Tú el Mesías, el Hijo de Dios”.  La respuesta brotó de tus labios con dulzura:  Tú lo has dicho. Y yo os digo que a partir de ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo sobre las nubes del cielo”.

Aquella afirmación te condenaba irremisiblemente a los ojos de los sanedritas, pero Tú no rehuiste el compromiso. Conocías las consecuencias y las asumiste. No vacilaste ante los poderosos, ni buscaste componendas o medias tintas que pudieran sacarte del entuerto.

Claro que los que te condenaron no podían comprender la magnitud de tu entrega, ni tan siquiera estaban preparados para admitir tu propia divinidad. Se cerraron a ti, como quien se cierra a lo que le es dañino. Te declararon blasfemo, Señor, por decir la verdad y aún hoy decir la verdad es algo que a veces cuesta caro. No resulta sencillo seguir el ejemplo que nos ofreces, pero qué falta nos hace tener siempre presente tu modelo de compromiso:

“Dijiste luz y abundan los abismos.
Dijiste amor y hay odio en las miradas
Dijiste paz y hay pífanos de guerra.
Si aún la vida se nutre de egoísmos.
Si aún hay almas que están atribuladas.
¿Cuándo vuelves, Señor, por esta tierra?”
(“Sonetos para un Via Crucis” Jerónimo Calero)

Cristo de la Noche Oscura, danos fuerzas para ser coherentes con el mensaje que nos dejaste.

V/      Señor,  pequé.
R/      Tened piedad y misericordia de mí.

         PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO...        
 

Cuarta Estación
JESÚS ES NEGADO POR PEDRO (Mt. 26, 69-75)

V/      Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
         R/      Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Judas ha pasado a nuestra memoria común como el paradigma del traidor,  sin embargo Pedro no le fue a la zaga. El suyo no es un episodio menor, de hecho es significativo que los cuatro Evangelistas lo refieran. Aunque el juicio ha de ser distinto por el desenlace de uno y otro; para el primero la desesperanza, para el segundo el arrepentimiento y la gracia.



“Aunque todos se escandalicen de ti, yo jamás me escandalizaré.” (Mt. 26, 33). Eso había dicho Pedro en la cena pascual. Hablaba con la jactancia de quien reclama un lugar de privilegio, con la soberbia de líder, con la petulancia del que se cree a salvo de las debilidades del común de los mortales. Buen ejemplo para mostrarnos, Señor, que no podemos escapar de ser simplemente hombres.



La determinación de horas antes se trocó en cobardía. “Yo no conozco a ese hombre”. (Mc. 14, 71). “¡Yo qué iba a ser de los suyos! Sí soy galileo, pero nada tengo que ver con ese Jesús”. Pobre Pedro, te siguió a la casa de Caifás seguramente por amor – porque le importaba tu suerte-, mas no  tuvo amor suficiente para no renegar de ti cuando se vio en peligro.



Los seres humanos a menudo sobretasamos nuestras fuerzas. Somos demasiado soberbios para reconocernos débiles, pero la debilidad nos es connatural. Bueno – pensamos- estas cosas le pudieron pasar a Pedro, que para algo era Apóstol, no a nosotros. Nuestras vidas, más o menos anónimas, no dan para tanto. Y, sin embargo, a poco que miremos, cuántas veces te dejamos, Señor, en la estacada.



Lo hacemos cuando nos desentendemos de ti y cuando contemplamos la suerte de los demás como cosa ajena: “¿Y yo qué tengo que ver con eso? ¡Ellos se lo han buscado! Algo habrán hecho”. Frases que son como un sedante para nuestra conciencia y que constituyen negaciones de ti y de tu mensaje.



Simón Pedro se encontró con tu mirada, Señor, y eso bastó para recordarle tus palabras: “Antes de que cante el gallo me negarás tres veces”. De ese reencuentro contigo surgió espontáneamente el arrepentimiento.



Dice la Escritura que Pedro lloró amargamente. Hubo un antes y un después de ese llanto. Es como si hubiera nacido un hombre nuevo que era capaz de reconocerse. Él finalmente también bebería el cáliz de tu Pasión, pero no esa noche. Entonces era el momento de mirar hacia su ser y aceptarse, de sentirse niño y llorar como un niño, sin aspavientos, sin impostados golpes de pecho, sin bravuconerías que habrían de desaparecer ya para siempre.



La tentación de ponerse en el lugar de Simón Pedro es demasiado fuerte. ¿Qué debió sentir él al cruzar su mirada con la tuya, Señor?  Muchos lo han imaginado, acaso entre las más hermosas está la reflexión que Papini pone en la mente del primero de los Apóstoles en aquel trance:



“Simón, Simón: te había dicho que me dejarías como los demás; pero ahora eres más cruel que los demás. Te he perdonado ya en mi corazón; perdono a quienes me hacen morir y te perdono a ti también y te amo como te he amado siempre; pero ¿podrás tú perdonarte a ti mismo?” 

                                                                  (Historia de Cristo, p. 177. Giovanni Papini)



Cristo de la Noche Oscura, haznos perseverantes para volver continuamente a ti.

V/      Señor,  pequé.

         R/      Tened piedad y misericordia de mí.

        

PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO...




Quinta Estación
JESÚS ES JUZGADO POR PILATOS (Mt. 27, 1-26)



V/      Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.

         R/      Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.



“Pilatos por no perder/ el destino que tenía...” así comenzaba una vieja saeta. Los hombres somos dados a disculpar a los hombres. Este Pilatos se vio entre dos fuegos e intentó librarse como buenamente pudo. El jurista y el hombre práctico pugnan durante todo el proceso.  Nada había en ti que mereciera condena alguna, el Pretor lo declara paladinamente: “Yo no hallo en éste ningún delito” (Jn. 18, 38).



Tus enemigos tuvieron el cuidado de presentarte como un peligroso revolucionario desafiante con el poder romano. Pero eso no confundió a Pilatos, cuando él te envía a la muerte sabe que está condenando a un inocente. Ese es su pecado. Quiso contemporizar con las elites sacerdotales de Israel, congraciarse con un pueblo que pedía sangre y sacrificó la verdad en el altar de tales componendas.



Tú mismo se lo dijiste durante el interrogatorio al que te sometió “Mi reino no es de este mundo... Tú dices que soy rey. Yo para eso he nacido y para eso he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad oye mi voz.” (Jn. 18, 36-37). Enfrentabas, Señor, con la verdad absoluta a alguien para quien todo era relativo, transigible, negociable. “¿Qué es la verdad?”  fue toda su respuesta.  



Su caso es el del hombre libre que decide dejarse llevar por las circunstancias o por las conveniencias. Tasó el asunto y puso de un lado a un pobre Rabí, tan inocente como desarrapado, y en el otro a los influyentes, a los que podían indisponerle con sus superiores, a los que, en definitiva,  podrían complicarle la vida. Usó de su libertad, sólo que para mal. Un autor lo expresó hace años con sevillano casticismo: “¡Ay, si Pilatos hubiera sido mejor persona!”.



Aunque el destino del Pretor hubiera sido hacer lo que hizo, él era libre y pudo siempre decantarse por obrar con justicia. A partir del presente año una imagen de este personaje se incorporará a la iconografía de nuestra Semana Santa. Que su contemplación avanzando por las calles de Úbeda, sea siempre para nosotros recordatorio de que somos libres y que debemos honrar esa misma libertad que tenemos.



Nadie dijo nunca que la libertad fuera gratis. Desde luego que Pilatos podría haber tenido problemas si te hubiera absuelto, Señor. Seguramente eso le hubiera indispuesto un poco más de lo que ya estaba con sus interlocutores. Pero entonces hubiera sido mejor persona de lo que fue. En lugar de eso el lavatorio de manos evidencia cobardía, deseo de transferir a otros una responsabilidad que sólo a él le tocaba.



Tu condena en el pretorio, Señor, nos obliga a mirar con entrañas de misericordia a todos los que padecen injustamente; a calibrar que cualquier medida que podamos tomar los hombres no tenga consecuencias irreparables; a tener perennemente presente que, como nos enseñó San Agustín, donde no hay caridad no puede haber justicia.



Cristo de la Noche Oscura, ayúdanos a usar responsablemente nuestra libertad y danos discernimiento para distinguir lo justo de lo injusto.



V/      Señor,  pequé.

         R/      Tened piedad y misericordia de mí.



PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO...        












Sexta Estación
JESÚS ES FLAGELADO Y CORONADO DE ESPINAS
(Mt. 27, 27-30)



V/      Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.

         R/      Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.



Hasta este momento de la Pasión, Señor, los padecimientos habían sido hondos, pero principalmente psicológicos. A partir de aquí tu proceso seguirá un camino de ensañamiento físico que tiene difícil parangón en la historia.



El Pretor resolvió que el mejor expediente para librarte de la condena era que dieses pena a la muchedumbre y sus soldados se aplicaron a ello con ahínco digno de una causa más noble. Padeciste la flagelación, una pena infamante que por su contundencia era conocida entre los propios romanos como “media muerte”. Esto no  debió parecerles suficiente y decidieron añadir algunos toques de sadismo de cosecha propia: La burla de colocarte un remedo de clámide roja –símbolo militar del triunfo-, la corona de espinas de azufaifo y la caña. Y acercándose a ti, te decían “¡salve, rey de los judíos!”, mientras te pegaban (Jn. 19, 2-3).



Recordando tu Pasión, Señor, cuesta no rebelarse ante la sinrazón de una violencia alevosa y ciega. En todo lo que te hicieron hay mucho de ese odio cainita que levanta hermano contra hermano, padres contra hijos, pueblo contra pueblo.



Ecce homo, proclamó el Pretor a la muchedumbre al anunciarte. Tu imagen frágil y humillada debe ser para nosotros un recordatorio constante: He aquí al hombre. He aquí al débil, al necesitado de ayuda, al que precisa lo más básico. He aquí al hermano al que nos debemos.



Fuiste degradado, Señor, hasta el límite de lo inhumano; mas allí vemos resplandecer tu grandeza. Úbeda lo canta con música y versos propios: “La caña será en tu mano/ en tu mano mando y cetro...” Fuiste coronado con los signos de la burla y el oprobio, pero tu resurrección convirtió esos instrumentos en símbolos de majestad.



El género humano necesita de tu ejemplo. Unos para que la suerte de los demás no le sea nunca extraña. Otros para sacar de ti las fuerzas que a veces faltan ante la adversidad. Cuando el camino se torna complicado, cuando la vida parece cuesta arriba, todos debemos volver la mirada a ti, Señor, y reparar en tu dignidad ante los que te querían mal, en tu divino silencio… Bueno será que los que nos tenemos por discípulos tuyos sigamos el consejo del poeta:



"¿Estás cansado? ¿Escuecen las heridas?

¿Te sangra el corazón a madrugada?

¿Te duelen los silencios, los desprecios,

la triste soledad, la lluvia amarga?

¿Te sientes nieve gris, espejo roto?

¿No se cierran los surcos de tus llagas?

¿Te cansa este dolor? ¿Pesa la muerte

que llevas arrastrando en las entrañas?..."

"Ven entonces aquí, cerca del sueño,

desvístete, descalza tus sandalias,

abre tus manos, cierra vanidades,

estrangula la sed de venganza,

Mira de frente al Hombre en la Columna,

al Verbo que hay en él -fuego en su llama-

mira de frente a Dios escarnecido (…)

y veras que la luz de su mirada

te transforma de paz, naces de nuevo,

adquieres dimensión nunca alcanzada

y veras que las venas y  los huesos

se tornan Caridad…, y vuela el alma." 

         ("Mirar de frente a Cristo atado a la Columna" Ramón Molina Navarrete)



Cristo de la Noche Oscura, que tu ejemplo sea para nosotros bálsamo en las preocupaciones y exigencia de compromiso con la suerte de nuestros hermanos.

V/      Señor,  pequé.

         R/      Tened piedad y misericordia de mí.



PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO...        




Séptima Estación
JESÚS CARGA CON LA CRUZ (Mt. 27, 31)



V/      Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.

         R/      Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.



“Vio venir el madero de la cruz como un tallo de rosa.

Lo recibió en los brazos abiertos como se recibe una esposa.”



“Ya el árbol seco va a dar su fruto sazonado.

Ya no habrá cruz sin Dios crucificado.”

                   (“Jesús es cargado con la cruz” J. M. Pemán)



Se inicia el camino final de la Pasión. Tu muerte no podía ser de cualquier modo. Era preciso un modo de morir que te desacreditara, que no dejara ni un rastro de honor en tu memoria, que sirviera para erradicar cualquier pretensión vindicatoria por parte de tus seguidores. Por eso la tuya había de ser una muerte en la cruz. En ese plan resultaba fundamental darle la máxima publicidad al hecho mismo de tu condena.



Hoy, para nosotros, la cruz es el primero y más importante de los símbolos de tu obra redentora, el signo primordial de la entrega, pues en ella de algún modo tomaron cuerpo todas las culpas del género humano que Tú viniste a saldar.



Señor, tu estampa de Nazareno –con una cruz que amenaza de puro grande- será ya siempre  para nosotros la imagen de un Dios postrado y solidario. Más que la contundencia física del suplicio nos impresiona el hecho de que el Justo entre los justos asuma una carga que no le pertenece. Para eso habías venido al mundo. El cáliz de tu Pasión comenzaba a apurarse.



A nuestra escala, la cruz es para nosotros una realidad constante. Cada uno tiene la suya y resulta imposible huir de ella. Las actitudes varían con cada quien, aunque lo habitual es renegar, dolerse de un peso que se nos antoja excesivo, desproporcionado, injusto.



Tú no, Tú aceptaste mansamente la cruz y te aprestaste a acercarte por tu propio pie hacia el calvario. Cuando no sabemos por qué. Cuando no encontramos un sentido al sufrimiento, tu imagen cargando con la cruz, Señor, debe confortarnos y darnos fuerza. Cualquiera de los que contemplaran la escena por la Vía Dolorosa pensaría “pobre infeliz”, pero Tú sabías que el padecimiento tenía un sentido y eso te daba fuerzas para seguir adelante, para no aflojar.



¡Qué difícil es a veces ver el sentido de los problemas que se nos plantean! Siempre en el filo de la desesperanza, de pensar que nuestra existencia es semejante a la de las hojas que el viento mueve a capricho. Si Tú no estás, Señor, mucho de nuestra vida no parece tener sentido. Sin tu enseñanza, aceptando la cruz por amor a los hombres, no hay sufrimiento comprensible. Sin ti, creeríamos que el dolor se agota en sí mismo, que no hay posibilidad de que sobre él crezca nada bueno.



Y, sin embargo, por ti sabemos, Señor, que la Pasión era una parte necesaria de tu Gloria.



Cristo de la Noche Oscura, haznos llevadera la cruz de cada día. 



V/      Señor,  pequé.

         R/      Tened piedad y misericordia de mí.



         PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO...        




Octava Estación
JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRINEO (Mt. 27, 32)



V/      Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.

         R/      Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.



El centurión debió acercarse preocupado a ti. A alguien se le había pasado la mano. La dureza del castigo ya infringido amenazaba con acabar contigo antes de tiempo y esa era una perspectiva sombría para alguien puntilloso, apegado al procedimiento. Así pues, el reo  habría de llegar vivo hasta el lugar de la ejecución, el prestigio de la propia Roma parecía empeñado en esto. Había que aliviarte algo el peso de la cruz.



El romano debió pasar dificultades. Aquella no parecía ocasión propicia para que se presentaran voluntarios. Una mirada a su alrededor y le tocó en suerte a un tal Simón. Extraña que los Evangelios –tan parcos en algunos pasajes- proporcionen tantos datos sobre este personaje. De él sabemos su nombre, su lugar de procedencia, Cirene, e incluso San Marcos (15, 21) nos proporciona el nombre de sus hijos, Alejandro y Rufo. El propio San Pablo, en su Epístola a los Romanos (16, 13), habla con afecto de este último.



No nos parece probable, Señor, que este Simón te conociera antes de ese momento. Más bien la situación nos hace pensar que fue después del encuentro contigo cuando se convirtió en seguidor de tus enseñanzas. De ahí que los primeros cristianos lo conocieran y, en cierto modo, lo reverenciaran.



Si nuestra suposición es cierta, Señor, el buen Simón debió al principio maldecir su mala suerte por ser el elegido. Verse asociado a la ejecución de alguien nunca ha sido cosa agradable.  Acaso luego la cercanía contigo le movió a la compasión y de ahí nació ese sentimiento de amor que lo convertiría en tu discípulo.



Un poco a nosotros también nos pasa. Estamos cerca de tu imagen, Señor, y sentimos un no sé qué que nos estremece. Tú nos has visto, mientras descendemos tu imagen del altar o cuando la limpiamos, hacer un gesto como si se nos encogiera el alma. La verdad es que podemos entrever como pocos algo de lo que debió sentir Simón de Cirene cerca de ti.



También a nosotros el encuentro contigo ha de dejarnos huella. Será en cada caso diferente pero esa experiencia tiene que producir una auténtica renovación.



¿Por qué no esta noche? Cuantos aquí nos encontramos somos un poco cirineos. Pretendemos aliviarte en algo el sufrimiento de tu Pasión, vincularnos a ella, acompañarte en tu camino de dolor. Acaso a algunos de nosotros nos ocurra como a Simón, que hayamos venido sin saber muy bien por qué, que nos hayamos encontrado contigo a la vuelta de una esquina, al cruzar una calle, por la inercia de vestirnos de penitente año tras año... Lo importante es que ahora estamos asociados a ti.



                   “Para subir la cuesta del Calvario

                   necesitaste de Simón el Cirineo.

                   Déjame que, en memoria del que pudiendo todo

aquel día no pudo,

yo, abriéndome camino entre la turba,

toque la cruz... ¡Y me haga la ilusión de que te ayudo!”

                   (“Jesús es ayudado a llevar la Cruz por el Cirineo” J. M. Pemán)



Cristo de la Noche Oscura pon en nuestro corazón el ansia de encontrarnos contigo.



V/      Señor,  pequé.

         R/      Tened piedad y misericordia de mí.



         PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO...        


Novena Estación
JESÚS SE ENCUENTRA CON LAS
MUJERES DE JERUSALÉN  (Lc. 23, 27-31)



V/      Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.

         R/      Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.







Un autor contemporáneo ha  imaginado el monólogo que una madre pudo tener con su hijito una vez que volvió a casa, tras contemplar tu muerte, Señor, en la primera noche oscura de la historia:



“Hijo, estoy asustada, susurra la madre al oído de su hijo. Sé que no me entiendes, pero no puedo decirle a nadie lo que siento desde esta tarde. He visto matar a un hombre bueno. (...) Y lo peor, hijito mío querido, es que su muerte me ha dejado más sola que si hubiera perdido a tu propio padre.”



“No sé por qué me siento así, huérfana, asustada. Quizá fueron sus palabras cuando pasó a mi lado y me vio llorar lo que me ha dado miedo. ‘No llores por mí, llora por tu hijo; si con el leño verde hacen esto, con el seco qué no harán’. Me estremecí y pensé enseguida en ti. ¿Qué habrá querido decir?" (...)



“Ahora te abrazo y me doy cuenta de que no sirvo para protegerte, como no fue capaz de hacer nada por él su propia madre... Y empiezo a comprender por qué nos dijo que lloráramos por nuestros hijos; él había venido para hacernos a todos un poco mejores, para que diéramos un poco de lo que nos sobra al que no tiene nada; su muerte es más que la muerte de uno cualquiera...su muerte es la muerte de la justicia y de la bondad. (...) Tengo miedo, hijo; miedo por ti y por mí. ¿Quién dará la cara ahora por los pobres? ¿quién nos consolará y nos hablará de aquella manera que nos hacía sentirnos los hijos predilectos de un Dios bondadoso?...”

(La Pasión de Cristo. Una mirada al corazón, pp. 77-76. Santiago Martín Rodríguez)



Siguiendo el relato Evangélico resulta interesante comprobar el papel que las mujeres desempeñaron en tu Pasión. Ahí están Claudia Prócula, las mujeres de Galilea, con María Magdalena al frente, que te seguían de lejos en tu camino hacia el Calvario (Mt. 27, 56), tu propia Madre y ahora el encuentro con estas mujeres de Jerusalén que probablemente intentaran proporcionarte remedios con los que mitigar en algo el dolor del suplicio.



Cuando la iglesia primigenia estaba en desbandada, escondiéndose entre el miedo y el horror, las únicas que abogaron por ti, que se preocuparon por tu suerte, Señor, fueron las mujeres. Quizá por eso fue a ellas a las que primero les manifestaste la gloria de tu resurrección (Lc. 24, 8-10).



Señor, a primera vista extraña las duras palabras que les diriges: “No lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos”. Pareciera que les recriminas sus muestras de compasión. Mas que eso las estabas poniendo ante la tremenda realidad que evidencia tu Pasión: Si la justicia de los hombres era tan inicua que mandaba matar al Justo, ¿qué suerte podía esperar el resto del género humano?



Pero Tú mismo eres la respuesta, Señor, Tú eres la vida



Cristo de la Noche Oscura acrece en nosotros el sentido fraternal, de modo que nunca escuchemos a nuestro lado el llanto de quienes se conduelen porque otros sufren cualquier forma de maltrato.



V/      Señor,  pequé.

         R/      Tened piedad y misericordia de mí.



         PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO...        


Décima Estación
JESÚS ES CRUCIFICADO (Mt. 27, 33-34)



V/      Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.

         R/      Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.



Se había escrito en el Antiguo Testamento "maldito es de Dios el que cuelga de un árbol" (Dt. 21, 23). Al tenderte sobre la cruz tus enemigos se aseguraban no sólo tu muerte física sino tu mayor descrédito. Eso debían creer al menos. Poco podían imaginar que desde aquel día la cruz fuera tomada como signo de victoria y que los cristianos de todo el mundo proclamásemos cada Viernes Santo:



                   "¡Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza!

Jamás el bosque dio mejor tributo

en hoja, en flor y en fruto."

                            (Canto litúrgico)



La cruz es el altar donde consumaste tu obra redentora, haciendo don de ti mismo por obediencia al Padre y por amor a nosotros los hombres. Por medio de ella te uniste en alguna forma a todas las generaciones que quedaron reivindicadas por tu suprema entrega.



Un conocido poema atribuido al santo que tanto tiene que ver con la advocación con la que te veneramos, acertó a expresar el sentimiento a que la contemplación de tu sacrificio nos lleva:



                   "Tú me mueves, Señor, muéveme el verte

clavado en una cruz y escarnecido;

muéveme ver tu cuerpo tan herido;

muévenme tus afrentas y tu muerte."



"Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera,

que aunque no hubiera cielo, yo te amara.

Y aunque no hubiera infierno te temiera."



Aunque, Señor, verte ahí colgado de la cruz, nos da que pensar. Reinar desde una cruz no es algo que nos resulte sencillo de comprender. Eso de tomar la cruz y seguirte se nos antoja posible para espíritus puros, los escasos escogidos que siempre existen, pero no parece asumible para la  gente corriente como nosotros.



La propia dimensión de tu entrega hace que nos sintamos pequeños. ¿Cómo vamos a imitarte si a tu lado somos como niños desvalidos, Señor? ¿Qué clase de cruz podremos soportar nosotros que no nos venza a la primera?



Pero Tú, Señor, conoces la cortedad de nuestras fuerzas. No nos darás una cruz que no podamos llevar. No permitirás que los que nos llamamos discípulos tuyos caminemos solos por la senda de la vida, sino en tu compañía.



La cruz es el camino hacia ti, Tú nos lo dijiste. Mas es menester que cada cual halle su senda:



"Nadie fue ayer,

ni va hoy,

ni irá mañana

hacia Dios

por este mismo camino

que yo voy.

Para cada hombre guarda

un rayo nuevo de luz el sol…

y un camino virgen

Dios."

                   ("Oraciones", León Felipe)



Cristo de la Noche Oscura, prenda de amor en la cruz, haz nuestra carga llevadera y nuestro yugo ligero.



V/      Señor,  pequé.

         R/      Tened piedad y misericordia de mí.



         PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO...        




Undécima Estación
JESÚS PROMETE SU REINO AL BUEN LADRÓN
(Lc. 23, 39-43)



V/      Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.

         R/      Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.





"Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino." La conversión de aquel que llamamos Dimas es una prueba más de tu triunfo.  A la postre el letrero que Pilatos mandara escribir cumplió una misión para el que no había sido pensado. En él se te proclamaba rey, rey de los judíos y tu compañero de suplicio tuvo que verlo. El resto de su conversión debió venir de la mano de la contemplación de tu actitud en la cruz: perdón para los victimarios, resignación, dignidad, mansedumbre... Evidentemente Tú eras Rey y él alcanzó a entrever la naturaleza de tu reino, uno que no podía ser puesto en peligro ni por la infamia de los hombres, ni por la misma muerte. Por eso te rogó que te acordaras de él.



La escena del Gólgota tiene tres cruces. Como afirmó San Agustín "hay tres hombres en cruz: uno que da la salvación, otro que la recibe, un tercero que la desprecia. Para los tres la pena es la misma, pero todos mueren por diversa causa."



El  primero de los ladrones elige dejarse llevar por la pasión más baja, hacer que su muerte responda a la vida que ha vivido. Para el otro, sin embargo, una buena muerte justifica una vida.



El ejemplo que nos da el buen ladrón es el de pedir a Dios con humildad. No reclama un lugar de privilegio, como hicieron algunos de tus apóstoles en las horas felices. Solicita simplemente un recuerdo y obtiene una cumplida respuesta. Su valor es el de tener fe en la adversidad. Qué fácil era creer en ti, Señor, en el día de tu entrada triunfal en Jerusalén, cuando todo era saludos y parabienes, o mejor en el esplendor del Tabor. Allí no había duda: eso no era fe, era certeza.



Lo del crucificado fue distinto, fue interpretar unos signos y aceptar tu mensaje en su conjunto, sin reservas ni exclusiones. Fue entregarte su suerte cuando ya nada parecía importar.



El tránsito desde el insulto al amor se concreta en la estampa de estos dos ladrones. Dentro de ella cabe toda la variedad de las actitudes de los hombres hacia tu mensaje. Nada replicaste al que te zahería, pero mostraste toda dulzura con el que se abría a ti.



En nuestra vida cotidiana, a veces también hace falta un suceso extraordinario para que sintamos necesidad de ti. Mientras eso no ocurre a buena parte de los cristianos nos resulta más cómodo mantenerte como una figura algo distante y, sin embargo, basta un leve temblor en el castillo de naipes de nuestra vida para que nos volvamos a ti buscando la seguridad que no tenemos. Frecuentemente hay menos de sincero en nuestra actitud que en aquel ladrón que dialogó contigo. En él la fe era nueva pero de extraordinaria vitalidad:



"Un moribundo ve a Jesús moribundo y le pide la vida; un crucificado ve a Jesús crucificado y le habla de su reino; sus ojos no perciben sino cruces, pero su fe se  representa un trono."

                   (Bossuet citado por J. L. Martín Descalzo en Vida y misterio…  p. 334)



Cristo de la Noche Oscura fortalece nuestra fe y danos el coraje suficiente para buscar el perdón, de modo que también un día podamos estar junto a ti.

 

V/      Señor,  pequé.

         R/      Tened piedad y misericordia de mí.



         PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO...        


Duodécima Estación
JESÚS COLGADO DE LA CRUZ. LA MADRE Y EL DISCÍPULO
(Jn. 19, 25-27)



V/      Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.

         R/      Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.



"Estaba la Dolorosa

junto al leño de la Cruz.

¡Qué alta palabra de luz!

¡Qué manera tan graciosa

de enseñarnos la preciosa

lección del callar doliente!

Tronaba el cielo rugiente.

La tierra se estremecía

Bramaba el agua…María

Estaba, sencillamente.

("Stabat Mater", J. M. Pemán)





Muy cercana ya tu muerte no quisiste pasar sin hacer un último regalo a la humanidad. En el umbral mismo de la vida otorgaste un hermoso testamento.

Dice Juan el Evangelista, aunque se cuida de velar su propio nombre,  que junto a la cruz se encontraba un grupito de mujeres a las que acompañaba él mismo. Algo, quizá la rifa de unas vestiduras que muy bien podía haberte hecho tu  propia Madre, llamó tu atención sobre aquel grupo.



La mujer que te alumbró estaba allí viendo morir al hijo de sus entrañas y fue entonces cuando, en otro acto más de entrega, pronunciaste la que nuestra tradición venera como tercera de las siete palabras: "Mujer, he ahí a tu hijo" e  inmediatamente al discípulo amado "He ahí a tu madre".



Hasta lo poco que te quedaba nos lo ofreciste. Juan representaba allí a todo el género humano, que asume la maternidad universal de María, de modo que Tú, Señor,  fueras en todo hermano nuestro. Algo tiene esta escena de concepción, también en ella la maternidad viene precedida de dolor, el tuyo y el de tu Santa Madre que veía como la flor de su existencia estaba extinguiéndose.



Por desgracia, con alta frecuencia los medios de comunicación nos muestran el dolor de madres que han sufrido la pérdida de sus hijos por las causas más variadas: el terrorismo, la droga, la carretera, las hambrunas,…Algo muy hondo parece desgarrárseles por dentro, es como si con sus hijos muriera parte de ellas misma, de su voluntad, de sus ganas de vivir.



El pueblo cristiano ha identificado ese mismo padecimiento en María junto a la cruz. Por eso ha colmado a las imágenes que la representa de cuidados y fervores. Es como si a nosotros, tus hermanos, nos supiera mal que la Virgen se sintiera sola, como si quisiéramos darle siquiera una pizca de consuelo.



En esto nuestra fe tiene ventaja. La  figura de Dios, incluso la tuya, pese a tu naturaleza humana, puede resultarnos a veces demasiado inaprehensible, distanciada de nuestra condición y limitaciones. María no, ella es sustancialmente igual a nosotros y por eso su modelo de entrega nos puede ser más cercano.



María es para nosotros el ejemplo de compromiso sin medida, de confianza ciega en ti, Señor. En Ella tuviste a tu primera discípula y nuestro camino de perfección pasa por imitarla.



Cristo de la Noche Oscura, puesto que quisiste que tu Madre lo fuera también de todos los hombres, atiende generoso los ruegos que Ella te presente por cada uno de nosotros.



V/      Señor,  pequé.

         R/      Tened piedad y misericordia de mí.



(En honor de la Madre de Dios en esta estación rezamos el Ave María.)


Decimotercera Estación
JESÚS MUERE EN LA CRUZ (Mt. 27, 45-56)



V/      Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.

         R/      Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.



Todo estaba ya consumado.  Habías apurado el cáliz de tu Pasión hasta el final.  En las palabras que pronunciaste en la cruz se resume todo el tránsito de tu existencia. En las tres primeras, el perdón para los que te crucificaron, la promesa al buen ladrón y la entrega a los hombres de la maternidad de María, sigues haciendo el bien.  Las dos siguientes refieren tus padecimientos morales - la desgarradora soledad en que te ha puesto tu obra redentora- y los sufrimientos físicos. La postreras nos muestran la tranquilidad de tu espíritu en el momento de rendirlo en manos del Padre Eterno.



Con todo, duele verte así, como Palma te "sacó" de la madera, con tu cuerpo derrotado, ganado por la muerte. Impresiona verte a ti - Señor de la vida-  con esa lividez cadavérica que nos acongoja. 



La tierra entera se conduele por la pérdida del Justo, que dio la vida por todos:



"Con su frente de  Dios dolorida,

con sus ojos de Dios entreabiertos,

con sus labios de Dios amargados,

con su boca de Dios sin aliento…

¡Muerto por los hombres!

¡Por amarlos muerto!

         (Gabriel y Galán)



Ahora eres el templo destruido del que Tú mismo hablaste. La contemplación de tu Sagrada Imagen, Señor, es en sí la mejor reflexión para esta estación.



(…)



Cristo de la Noche Oscura concédenos a cuantos nos hemos acercado a ti que, así como un día tenemos que compartir tu muerte, podamos también tomar parte en tu resurrección gloriosa.



V/      Señor,  pequé.

         R/      Tened piedad y misericordia de mí.



         PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO...        


Decimocuarta Estación
JESÚS ES DEPOSITADO EN EL SEPULCRO (Mt. 27, 57-66)



V/      Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.

         R/      Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.



El velo del templo se rasgó. Dios ya no debía esconderse celosamente entre los secretos de su santuario. Tú muerte nos lo alcanzó y nos lo hizo cercano, accesible.  Su majestad no padecía por la cercanía de los hombres, como no padeció la tuya por el contacto con nosotros.





Debía cumplirse la antigua ley, el cadáver habría de ser enterrado con presteza de modo que su sangre tenida por indigna no mancillara la tierra que Yavé había dado en heredad  al pueblo elegido (Dt. 21, 23). Esa es la misma sangre que será venerada como la más preciosa que jamás haya existido y que se hace presente entre nosotros por medio del Sacramento de Amor que recuerda el memorial de tu Pasión.



Había que dar sepultura a tu cuerpo. Alfa y omega, principio y fin coinciden en este acto. Termina la obra redentora de tu Pasión y se anuncia el comienzo de la luz  nueva que hará cobrar a esa obra pleno sentido: tu resurrección.



Ocurre que entre nosotros la muerte continúa siendo la gran ignorada. Es el único hecho vital para el que no estamos preparados. Su propia contundencia desafía nuestro entendimiento y supone una prueba definitiva para nuestra fe de cristianos.



Pero no tenemos más que confiar en tu mensaje. Del sepulcro se levantó en ti una humanidad nueva, que espera compartir tu resurrección en el sentido más pleno, vencer definitivamente a la muerte como Tú la venciste, participar contigo de la definitiva cercanía del Padre. Necesitamos que tu resurrección nos alumbre el camino porque, sin ella, como se recuerda en la Primera Epístola a los Corintios, vana es nuestra esperanza y vana nuestra fe (15, 14-20).



Señor, dejamos ya en este santuario la Imagen de tu cuerpo exangüe. El viernes te recordaremos sobre la fría losa sepulcral. Mas nada de eso tendría verdadero valor si la alborada del domingo no nos trajera la alegría del reencuentro contigo. Ese día recordaremos tu promesa de que la muerte, que nos atenaza, también será definitivamente vencida.



Cristo de la Noche Oscura danos fuerzas para esperar confiadamente la resurrección y proclamar jubilosos  tu alabanza.



V/      Señor,  pequé.

         R/      Tened piedad y misericordia de mí.



         PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO...        


Epílogo
“ACOMPÁÑAME TÚ CADA DÍA...PARA QUE TU PRESENCIA COLME MI VIDA...”





Hermanos:



Nuestro Via Crucis penitencial ha concluido. Hemos acompañado a Cristo, varón de dolores, a lo largo de un camino espiritual y físico que quiere recordarle a Úbeda  y nosotros mismos la dimensión de su entrega redentora.



Alegrémonos de haber podido tomar parte, un año más, en esta tarea. Recordemos a los que en otras ocasiones nos acompañaron y ahora ya se encuentran en la presencia del Señor y démonos cita para el año próximo, allí donde la Cofradía decida salir, para dar testimonio de Cristo muerto y resucitado.



Que el espíritu y la gracia que Jesús ha alentado en nuestros corazones, permanezca en nosotros, y en cuantos nos han acompañado, durante todo este año.



De acuerdo con nuestra costumbre, finalizaremos con el rezo comunitario de la oración de la Cofradía:



"En las tinieblas densas de mis dudas y ansiedades, de mis preocupaciones y de mi dolor, me acerco a ti, Cristo de la Noche Oscura.  Cada año te acompaño en tu lenta agonía del Via Crucis Penitencial. Acompáñame Tú cada día en mi trabajo, para que tu presencia colme mi vida de fe, de caridad y de amor al sacrificio."



AMÉN.

L. D. V. Q. M.